domingo, febrero 07, 2010


Caminaba por una larga calle oscura, los faroles estaban apagados y los árboles con sus largas ramas parecían brazos cadavéricos queriendo alcanzar mi rostro. Tenía miedo, no solía caminar a solas y menos en la oscuridad, siempre había sido miedosa, al punto de mantener la puerta de su casa con quince cerrojos para envitar que alguien entrase en la mitad de la noche. Esta vez, la necesidad de encontrarlo era mayor que su temor y caminaba sola por una calle oscura, sin una linterna, sin una guía, solo siguiendo el ároma de su piel, ese ároma que no había podido quitar de su mente y que le carcomía el cuerpo, impulsándola a aventurarse a lo desconocido.

El sudor helado de su piel comenzó a congelar su espalda, el corazón latía cada vez con mayor celeridad, un temor inefable comenzaba a apoderarse de su alma, corrió, ya no podía caminar, debía huír, las sombras se ceñian contra su cuerpo quitándole el aliento, lágrimas de desesperación bajaban por sus mejillas, estaba extenuada, caía rendida, se levantaba otra vez y su cuerpo húmedo y sucio seguía temblando sin compasión...corría y corría y parecía que aquélla calle jamás iba a terminar, de pronto, el ároma de aquél hombre se apoderado de su ser, giró a la izquierda y siguió corriendo hasta llegar al origen...ahí estaba él, absorto en el espacio, observando la lluvia....ni siquiera de volteo a mirarla, ella cayó destrozada.... y comenzó a correr de vuelta....un calor sofocante comenzó a apoderarse de ella, no era calor, era odio, volvió sobre sus pasos, tomó una botella de la calle, la rompió y clavo el filo del vidrio en el cuello del hombre...bañándose con su sangre, rio victoriosa, para terminar en un llanto iracundo, y en el sobresalto del hombre que tocaba su hombro y la invitaba a prepararse para un nuevo amanecer.

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